viernes, 3 de abril de 2009

UN DIA EN EL PAULINO FUENTES CASTRO

Por Carlos Andrés Carbajal Romero
Asesor de la Promoción "Manuel Scorza" 1984


Aún con las dudas naturales de mi edad, la impaciencia, y la seguridad de cambiar el mundo, ante el nuevo amanecer, en un nuevo pueblo, con rostros añorados en los sueños de la formación teológica y del canto social, he observado siempre un hermoso sol sobre las espaldas protectoras del apu.

Horas tempranas, ya con Aníbal, como compañero de trabajo, luego de probar nuevamente la helada agua de los servicios domésticos de la casa, coordinamos la dinámica del día.

El observar tras las ventanas, el deslizamiento de los chicos y chicas de Antay, presurosos en el primer día de clase, en la mirada llevaban la novedad a descubrir, al encuentro de una amada institución, el PAULINO FUENTES CASTRO, que los iba a cobijar en sus aulas todo ese año.

Trato de asumir mi nueva condición, estar frente a estudiantes que hace poco dejé de serlo. Pero cargando en mí las esperanzas, cánticos, arengas, conclusiones de la formación teológica de 5 años, cartas llegadas en manos de Aníbal a mis manos, de compañeros y compañeras de mi comunidad JECIANA, alentándome, algunas dejándome algunas lecturas bíblicas que serán de compañeras en esa etapa.

Me encomiendo a Dios y tengo presente el rostro de mi madre, hermana y de cada una de las personas que fueron y son importantes en mi vida.

Con Anibal, luego de la oración y desayuno, nos alentamos y bajamos hacia la calzada rumbo por al PAULINO.

Por el camino no dejamos de ver los rostros rosados de niños y niñas, de adolescentes. No estamos exentos de comentarios de los chicos de la promoción de ese año.

Teníamos una ligera información de todo, de cómo eran los profesores de ese tiempo. De las travesuras de los estudiantes de quinto. Pero estábamos tranquilos. A mí no me tocaría trabajar con ellos, por cierto, aunque algunas veces reemplace a Aníbal. No recuerdo problema alguno. Aunque sí mucho temor, propio de la edad.

Grande fue la sorpresa de encontrar allí a un ex compañero de aula. El gran Josías Pumarrumi. Sí, que alegría y qué gran responsabilidad. Recordamos jóvenes tiempos de aquellos vividos en las aulas del 20318.

Y diré que me gustó el PAULINO. De los profesores de ese entonces, recuerdo a varios, que de pronto no recuerdo sus apellidos. Pero dentro de ellos, estaba PALESTINO FIERRO CHUMBE, un amigo.

Mi ingreso a las aulas, fue lo más lindo, en momentos me sentí padre de ellos. Quería que enfocaran de otra manera los estudios. No llegaba para hacerlos rezar, ni cantar, ni estar como locos alabando a un dios que no estaba con ellos.

Recuerdo mucho que lo primero que hice fue hacerlos mirar tras las ventanas, no pude hacerlo desde fuera del aula, para no romper la educación tradicional de buenas a primera. Quería que enamoren de ese cielo, de ese verdor de apus, de los árboles, y que desde allí escribieran si encuentran a Dios. Recuerdo que lo hice. Y esos niños y niñas, llegaron a escribir líneas hermosas.

Como fue mi declaración de compromiso en mi comunidad, llegaba para que encuentren una buena nueva, que entonaran HOMBRES NUEVOS CREADORES DE LA HISTORIA, que vivencien lo que tienen, que sean libres. Que sean capaces de amar lo que tienen para que tengan futuro.

Esa mañana fue intensa, llena de emociones y emociones, por cuanto, por lo menos yo, quería estar a la altura de los duchos profesores de ese momento. Quizá debatir a nivel en cuanto a fe y política de ese tiempo. Estaba dispuesto a dar el debate.

De regreso a la casa, no dejé de repartir sonrisa, al ver lo cálido que se mostraban las niñas y niños del primer año.

El regreso a la población fue duro, pero supere esa prueba física. Fue una linda mañana.

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